lunes, 11 de agosto de 2014

Un día de principios de los 60 en la estación de Santa Cruz (III): El tren de la una menos veinte

 Tras recordar en entradas anteriores al “tren de las nueve” y al “correo de Valencia” de las once menos cuarto a su paso por Santa Cruz de la Zarza, nos sumergimos ahora en la “eternidad” de “el tren de la una menos veinte”


A media mañana, la estación estaba muy tranquila y el andén permanecía desierto. Podía ser que hacia las doce y veinte sonara la campana del jefe de estación avisando de la salida de Tarancón del tren de la una menos veinte. Sólo “podía” porque, así como el tren de las nueve y el de las once llegaban normalmente a su hora, éste otro era todo lentitud y parsimonia…casi sin hora, casi sin tiempo…

El tren de la una menos veinte – que también se conocía más genéricamente en Santa Cruz como “el tren de las doce”- salía de Cuenca con dirección a Aranjuez a eso de las nueve y media de la mañana. Era un tren mixto formado siempre por una locomotora 1700, -quizás la mejor que tuvo la compañía MZA aunque ya venida a menos-, un furgón de equipajes, dos coches “costas” – o de “balconcillos”- de tercera clase y un número variable de vagones de mercancías. El viaje transcurría con mucha calma porque llegaba a Tarancón (a unos 100 Km. de Cuenca) hacia las doce de la mañana. En las estaciones intermedias se hacían generalmente las correspondientes maniobras para tomar o dejar vagones y se efectuaba el cruce con el correo Madrid – Valencia en su camino hacia Cuenca.


Curiosamente, en esta imagen aparecen todos los elementos constitutivos del "tren de las doce": Locomotora 1700, coches "costa" y vagones de mercancías. Está tomada en la estación de Delicias antes de acondicionarse como Museo.

Una vez en Tarancón, y hechas en su caso las maniobras correspondientes, salía hacia Santa Cruz. Sí lo hacía a las doce y veinte, su hora oficial, era una  coincidencia. Por esa razón, algunas personas de Santa Cruz que se habían desplazado a Tarancón en el correo de Valencia pensando en volver en el mixto, a veces lo perdían, dada la confianza en que con un poco de suerte no saldría a su hora. Recuerdo como algunas veces tuve que correr con algún familiar por la calle de Tarancón que conducía a la estación viendo al tren parado ya en ella,  sin saber si llegaríamos  y temiendo que en cualquier momento el silbato de la 1700 anunciara la salida antes de lograrlo.

La salida de Tarancón era anunciada en la estación de Santa Cruz, al igual que para el resto de los trenes, por el toque de campana efectuado por el jefe de estación o por el factor. A partir de ese momento, y durante la espera de unos veinte minutos, yo miraba al horizonte intentando divisar antes que nadie el penacho de humo de la 1700. Al fin llegaba ésta, toda majestuosa, haciendo normalmente unas entradas en la estación más tranquilas que las de las Mikado de los correos y semidirectos, que siempre parecían llegar muy atareadas y con muchas más prisas.

Normalmente el “mixto” no retrasaba mucho su salida de Santa Cruz. Si todo iba bien, partía para Villarrubia hacia la una menos veinte con una bastante baja ocupación de sus “costas”. Los viajeros solían hacer trayectos de dos o tres estaciones, llegaban rara vez hasta Madrid, o se apeaban en Aranjuez desde donde, mediante el correspondiente transbordo, seguirían a Toledo. Por supuesto el tiempo para efectuar éste estaba generosamente calculado porque podía haber maniobras en las estaciones intermedias y entonces... Pero bueno, en general, se llegaba a Aranjuez sobre las dos menos cuarto y quedaba más de una hora para irse a la cantina y comer tranquilamente hasta la salida del tren para Toledo.

Mientras tanto, el “mixto” moría. La 1700 era desenganchada y, aunque creo que alguna vez seguía a Madrid con el tren de Toledo, se la daba la vuelta en la placa para a las tres y media encabezar el mixto de retorno Aranjuez-Cuenca, al que en Santa Cruz se conocía como “el tren de las cinco”. Los dos “costas” se unían a otros dos coches del mismo tipo procedentes de Toledo y seguían juntos hacia Madrid conducidos normalmente por la locomotora proveniente de Toledo que era de menor potencia y envergadura que la 1700.

Tras la marcha del tren, yo me quedaba sólo en la estación con mi bici. Pedaleaba lentamente hacia el muelle y la báscula de vagones desde donde se contemplaba un panorama más amplio, porque quería que la siguiente visión me durara lo más posible. Hacia la una y diez, algo así como una sirena de barco sonaba hacia la parte de Tarancón. Poco después, elegante y majestuoso, el Talgo II que venía de Valencia, asomaba su frontal blanco y rojo por la curva del paso a nivel y con nuevos toques de sirena pasaba raudo por la estación. 


El Talgo II Valencia-Madrid, pasa por la estación de Santa Cruz (Ilustración de Santiago Almarza)

Era ya hora de comer. La estación quedaba desierta y en pleno silencio salvo el canto de las chicharras que venía del otro lado de la vía. El olor a la brea de las traviesas, reblandecida por el sol impregnaba el ambiente. Me marchaba a casa… Tras la siesta, los trenes volverían. Y yo también.


2 comentarios:

  1. Precioso relato de otro tiempo pero con la magia que lo hace eterno.

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  2. Muchas gracias José. Me emociona que lo sientas mas allá de las palabras. Por cierto, tu blog, encantador. Enhorabuena.

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